Jaime Saenz, el audiovisual | Claudio Sánchez

Por Claudio Sánchez

(Originalmente publicado en revista digital CinemasCine, edición no. 32, La Paz-Bolivia, s.f.)

 

Jaime Saenz es un nombre que siempre retorna a La Paz. El poeta dibuja (literalmente también) algo de la ciudad que pocos han podido ver de una forma tan clara como él. Este hombre que entiende la vida desde la muerte y viceversa, jugando con el reflejo (los espejos), las ideas del verse para reconocerse, siempre figurando lo imprescindible y amando el mundo como a la propia vida –como a la propia muerte–  ha sido visto con el lente de los realizadores bolivianos desde distintos ángulos.

Es fácil escuchar hablar de Saenz, es sencillo estar y no estar cuando él está. Algo que se perfila desde las imágenes que construye en su obra narrativa y poética se siente cuando uno se acerca a su escritura: “El muerto no es el muerto, sino quién lo recuerda”. La ciudad que vivió es una ciudad que permanece, pero que también se reconstruye. Para ilustrar esto podríamos nombrar al arquitecto Carlos Villagómez, quién hace algunos años publicó un libro de ensayos que titulaba “La Paz ha muero”, ahí se denuncia abiertamente el atropello contra la ciudad, el canalla destrozo a lo urbano, a la arquitectura y las formas que le daban un sentido a esta capital del Ande.

Saenz también puede ser leído como un manifiesto  por La Paz que no se ve, pero que intenta conservarse. Esa La Paz que se hace desde los tugurios y zaguanes, de olores fuertes “a guacataya y cotense”, con indómita presencia aymara que con su fuerza le gana al mundo lo que puede haber perdido. Sus Imágenes paceñas recorren las calles, los espacios íntimos, hacen homenajes constantes a la montaña, pero no se quedan en el espacio sino que buscan el tiempo en los habitantes de la urbe que parecen estar detenidos en algún lugar, aunque latan sus corazones en cada palabra, en cada nueva lectura.

Esta La Paz de silencios incendiados, es también un lugar de fiesta. Esta ciudad con sus hombres desfigurados por el alcohol, con sus mujeres gordas que alimentan la noche con carcajadas estrepitosas, se la ha sabido reconocer en el cine nacional. Marcos Loayza en Cuestión de fe (1995) la representa en la escena del bar. Loayza, como tantos, ha sabido aprender a andar por las sendas de lo saenziano sin llegar a malinterpretar o dañar su propia estructura, sino haciendo suya la imagen que sugiere Saenz.

“Las comparaciones usuales entre el cine y la escritura no se fundan siempre en la idea de grabación o de relevo. En otras ocasiones (particularmente frecuentes) se apoyan en otros lugares, y lo que parecen perseguir no es la escritura como código social, la escritura que se enseña a los niños de las escuelas primarias, sino la escritura como actividad de composición, como actividad artística en el sentido más general. Y es cierto que el filme, semejante en esto al libro y no a la conversación oral, es un objeto especialmente fabricado, totalmente investido de intenciones, que presupone una actividad operatoria compleja y costosa, un trabajo continuado, en cuyo origen se encuentra una decisión (la de “hacer una película”, “escribir un libro”) que es localizable y no se deja diluir en la cotidianeidad; la palabra, por el contrario, está estrechamente mezclada con la vida de todos los días y con la actividad general” (Metz, 1973: 315-316). Entendiendo que cine y literatura son dos distintos, asumimos también que la traducción del segundo al primero es una operación que no siempre es una ecuación como tal, en la que haya igualdad. Todo esto puede ser una suma o una resta al producto final.

“Para mí hay dos Saenz, uno el de la noche y el otro el del día. Y me gusta más el del día, el de Los Cuartos, el de los personajes de La Paz” dice Loayza, permitiendo retornar a un punto de quiebre en su carrera: se trata del cortometraje El olor de la vejez, ganador del Premio Amalia de Gallardo. Aquí vemos por primera vez a David Mondaca interpretando a “don Jaime”, manera como el actor se refiera al poeta.

El olor de la vejez marca un hito referencial en la obra de Loayza en tanto que desde aquí el cineasta sugiere muchos de los elementos que reaparecerán a lo largo de su obra. Loayza sostiene: “A Saenz lo he leído siempre, lo he conocido”. El cortometraje se realiza luego de la muerte de Saenz y es también parte del horizonte que se abre en la cultura paceña donde el referente es sin duda alguna la figura del poeta, no su obra. Hay en el cortometraje de Loayza un detalle que resulta importante: es una canción, un poema de Saenz musicalizado por Óscar García. Tal vez algo de la inmortalidad de Saenz se lo debamos a la música. Es conocido su gusto por Ánton Bruckner, gran compositor discípulo de Wagner, quién a su vez era un admirador de Nietzsche, y éste era admirado por Saenz. Casualidad o no, Saenz admiraba al discípulo quizás porque él mismo se sentía uno de ellos, entonces se reconocía par, buscaba en el espejo el reflejo. Las Ninfas es la cueca musicalizada por Willy Claure que lleva la letra del poeta, y es esta pieza un himno de la bolivianidad. En cambio la canción de García se queda ahí, en el lugar que le merece ser parte de la reinterpretación de la propia obra de Saenz, curioso y a la vez conmovedor, no es algo que adorna sino algo que se integra sin buscar motivos, está porque está, y si buscamos en la lógica aymara esto resulta más complejo: “a veces está, a veces no está también”.

Se puede decir que Saenz también creó el legado de su inmortalidad, supo tener viudas que sollozaban el recuerdo y mantenían viva la historia mítica: el hombre de la noche. Alguien recuerda haberlo visto bajar las gradas del Monoblock Central de la UMSA con su impermeable, la calavera colgada del cuello, lentes oscuros y su sombrero, luego de dictar su famoso Taller Krupp. Pero hay otros que recuerdan haber sido niños y esconderse al verlo cuando lo encontraban en una esquina del viejo mercado Camacho. Saenz de día y Saenz de noche, como reflexiona Loayza. Y cuenta Jaime Taborga en el prólogo a su libro Leyenda, que Saenz antes de morir escribió con sus dedos en el aire esta palabra que da título al libro.

Mito o realidad, Saenz ha influido de sobremanera en el imaginario colectivo de una forma que quizás tenga muy pocos precedentes en la historia contemporánea boliviana. El audiovisual ha buscado en los contornos de la obra del poeta, no sin el aura mística impuesta, pero también riéndose con él, con su propia obra.

“Como por un acuerdo generalizado los videastas se valen de Jaime Saenz para referirse a la ciudad, producto de la fuerte influencia que tuvo el poeta entre los intelectuales jóvenes. Néstor Agramont realiza Los encuentros (una metáfora sobre la ciudad del pasado y las tradiciones y la del presente que viven juntas); Francisco Ormachea en Recorrer esta distancia (dramatiza un capítulo de la novela Felipe Delgado); Iván Rodrigo crea Puraduralubia: morir un instante (intento de reconstruir en el lenguaje audiovisual la poética de Jaime Saenz) y, Marcos Loayza El olor de la vejez (adaptación libre del cuento “Los cuartos”). Todos estos trabajos utilizan un lenguaje casi críptico, cargados de referencias a la obra del poeta y a los rincones llenos de significados sólo para los habitantes de esta ciudad.” (Loayza, 1992: 465).

En este breve repaso que busca ilustrar  un panorama general y que quiere ser una invitación a retomar la obra reinterpretada, es imprescindible nombrar a Recorrer esta distancia de Francisco Ormachea, cortometraje que se basa en los primeros capítulos de Felipe Delgado. Ahí Luis Bredow interpreta al personaje principal de una manera extraordinaria, y el actor justifica esta actuación recordando un gran dolor de muelas. “El día de la filmación tenía un dolor de muelas insoportable, creo que eso le dio la magia al rol”. Este corto en blanco y negro reconstruye el escenario y se sumerge en La Paz, buscando entre la calle Muñecas y el Montículo esa casona de techos altos donde uno puede ver al diablo tocar el piano. La actriz Norma Merlo tiene un papel aquí, que también es inolvidable. Sin duda, Recorrer esta distancia es la mejor obra (hasta que veamos la película de Mela Márquez), la apuesta más grande, el riesgo mayor que lleva a la pantalla una de las obras capitales de la literatura boliviana, y el resultado es sobrecogedor.

Si hay algo que unifica las obras de Loayza y Ormachea es el año en que se presentan y el contexto que éste crea. Se trata del año 1988, en el que la Honorable Alcaldía de La Paz convoca al II Concurso de Video “Ciudad de La Paz” (que posteriormente se convertiría en el Premio Amalia de Gallardo). La convocatoria establecía entonces el tema sobre el cual había que trabajar “Leyendas, poesías tradicionales o cuentos sobre la ciudad de La Paz, exaltando la belleza del paisaje y la riqueza de sus expresiones artísticas culturales”.

Ya en el siglo XXI, con la distancia que el tiempo confiere, la reinterpretación de la obra de Saenz se impregna en el audiovisual de una forma compleja, y es que la ciudad de La Paz se convierte también en una creación del poeta, siendo que él ha puesto en ella pequeños detalles que son difíciles de esquivar o al menos amagar. No es que se haya inventado algo, sino que lo ha evidenciado.  Mas con el tiempo, la figura y la obra de Jaime Saenz han trascendido lo paceño para prefigurar lo nacional; en este sentido, se busca el horizonte en lo que La Paz pudo haber representado como escenario de la configuración social que marcó el fin del 900 y el comienzo del 2000. En un país que se arma de un modo distinto desde la aprobación de la Nueva Constitución Política del Estado y el nacimiento de la Bolivia Plurinacional.

En este contexto, Luis Brun propone una nueva lectura de Saenz, y más específicamente de la novela Felipe Delgado. En el cortometraje 1985, el realizador radicado en Cochabamba y nacido en Uyuni, junto a Roberto Oropeza, propone trabajar con un fragmento de la obra saenziana por antonomasia. En 1985 el recuerdo de la infancia se funde con lo que se es en la actualidad: el personaje principal emprende una borrachera, un camino hacia el encuentro consigo mismo y es la nostalgia la que alimentará una visión en el revoloteo de una mosca sobre una mesa. El corto de Brun propone –desde su experimentalidad–  múltiples lecturas, y es que éste realizador es una de las mayores promesas del audiovisual boliviano.

Final abierto para recordar y señalar una presencia que parece ser continua en el audiovisual nacional. Jaime Saenz, su La Paz y está formación de lo nacional sigue siendo una materia pendiente en la historiografía y el análisis crítico de la filmografía de Bolivia. Sin embargo, aquí hemos intentado desarrollar un primer esbozo de lo que puede ser esta lectura sembrada de obra y traducción.

 

Bibliografía

Oficialía Mayor de Culturas y Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano

2000      Catálogo de Video “Amalia e Gallardo” 1987-1998. La Paz.

Loayza, Marcos

1992      “Cine y video bolivianos: Del campo a la ciudad”. En Sandoval, Godofredo y Virginia Ayllón, La memoria de las ciudades. La Paz: ILDIS – CEP.

Metz, Christian

1973      Lenguaje y Cine. Barcelona: Planeta.

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